miércoles, 13 de mayo de 2009

Artículos

¡Que no se enteren en Hollywood!


Si convertirse en tema electoral en Estados Unidos es un problema para un país, estar en la mira de Hollywood no lo es menos. Y no lo digo porque me preocupe la imagen de mi país o ciudad, pues no seríamos tan notorios si las cosas fueran tan tranquilas como aspiramos. Me preocupa que nuestra más grande tragedia sea rentable para otros y ahonde más nuestro sufrimiento y conflicto. No puedo negar lo molesto que me encuentro con el caso de compañías norteamericanas que pagaron por asesinatos en Colombia y son multadas por ello en Estados Unidos, dinero que nunca llegará para la reparación de las víctimas. De igual forma, pero en otro contexto, no puedo dejar de incomodarme por el negocio de Hollywood con miserias ajenas, las que dicen poner en escena para impedir su repetición o por razones humanitarias.

Pronto saldrá a las carteleras de cine una película cuyo tema será Pablo Escobar y se vende, desde ahora, como una reconstrucción histórica fidedigna que replanteará nuestra visión de tan nefasto personaje del crimen mundial. Otra forma de enriquecerse con nuestra miseria y de ahondar el dolor de quienes padecimos la violencia generada por Escobar, la disolución de la sociedad que implicó su accionar delincuencial, sus nexos con guerrillas que veían en el tráfico de drogas una venganza contra el imperio.

Pero esto tiene antecedentes. Nosotros mismos hemos llevado al cine eventos noticiosos tan curiosos como el hallazgo de carros de lujo enterrados con millones de pesos y dólares. También se prepara una película con el hecho aquel de una mujer que fue asesinada con un collar bomba por delincuentes comunes, asunto que ya había llegado a la pantalla chica en un episodio de un programa del “crime time”. Ya han venido escuadrones americanos a matar capos de la mafia o bomberos a vengar a sus familias asesibnadas por guerrilleros colombianos.

Ahora en Colombia circula una noticia escabrosa y macabra que si llega a manos de los señores de Hollywood, sin duda, sabrán que es buen material para el cine. Otra vez nuestro dolor y miseria podrían ser usados por otros para llenarse de dinero sus bolsillos. Me refiero a los excombatientes paramilitares con trastornos psicológicos que aseguran ser asaltados por los espíritus de sus víctimas. Ya veo a los señores del negocio del cine relamiéndose de gusto con esta historia.

La historia tiene todos los componentes Hollywoodenses: Acontece en la noche, en la selva, son protagonistas niños de la guerra (¡o niños armados, de esos que no hay en Estados Unidos!), los asaltan en sus sueños fantasmas, hay espíritus, hay posesos, convulsiones, miedo, exorcismos, etc. Hasta pueden incluir escenas de descuartizamientos, gritos, rituales satánicos, uso de sierras eléctricas, sangre bebida, muertes de animales, etc. Todas escenas de esas que tanto gustan a los consumidores de Hollywood y que pueden vender con argumentos humanitarios. ¿No es esto verdadero cine de horror?

El horror, el verdadero horror, es que historias como las de lo excombatientes acosados por los fantasmas y espíritus de sus víctimas, serán en pocos días olvidadas. Quizá lo sepan en Hollywood y de ello se hagan películas. Pero lo que pasa con las víctimas, con sus verdugos, con las comunidades marcadas por el terror de nuestra guerra, será olvidado o convertida en anécdota llevada al cine. Ese es el verdadero horror, es tanto nuestro sufrimiento que el olvido se confunde con el remedio a nuestro terror.

Solo espero que el dolor, nuestro dolor, no sea convertido en basura hollywoodense que alimente el terror con que son subyugados los estadounidenses y se enriquezcan los señores de Hollywood.

Quito, 2007.

Juan Felipe Garcés G.

Chistes

LOS CHISTES DE CHÁVEZ Y EL HUMOR EN KUNDERA

“Y solo él parlotea y a todos, a golpes,
Un decreto tras otro, como herraduras, clava:
En la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo…”
Osip Mandelstam.

Desde mi lectura de “El maestro y Margarita” de Bulgákov, el descubrimiento de las novelas de Kundera anteriores a su exilio en Francia y las novelas de Hrabal y Esterhazi, he desarrollado un especial gusto por la producción literaria bajo el signo del totalitarismo, sea de derecha o de izquierda, sea fascista o comunista, sea integrista cristiano o de cualquier otro signo. Sea desde las víctimas o desde los victimarios. De igual modo, desarrollé un desprecio visceral contra toda suerte de estéticas comprometidas políticamente, especialmente aquellas que cantan, narran, pintan o esculpen a favor de un régimen totalitario de cualquier tipo… o que lo añoran con la esperanza de ser áulicos del régimen.

No puedo dejar de mencionar que soy uno de los ‘héroes’ que, luego de leer “La rebelión de las ratas” en el colegio, pude volver a leer novelas.

Bajo ninguna circunstancia estoy indicando que el campo de lo literario sea ‘estéticamente puro’ o un ‘reflejo de la sociedad’, o que deba serlo. Sostengo que aún los más sofisticados y acaramelados poemas, esos que nos aprendemos en la escuela y luego imitamos para enamorar mediocremente, expresan apuestas políticas y jerarquías sociales, culturales, de clase, de etnia, de preferencias sexuales, de género, entre otras. Las expresan y las solapan, las ocultan, las cifran… y podemos leerlas, mientras otros hacen tesis doctorales. Tampoco soy de aquellos que defienden cánones literarios y descalifica a otros lectores con epítetos como ‘miembros de la escuela del resentimiento’ o cosas semejantes, pero no creo que algo escrito, pintado, cantado, narrado o esculpido, tenga valor por aspectos biográficos, por determinantes que sean, de este o aquel ‘autor’.

Cuando empecé a leer al Kundera anterior al exilio en Francia, anterior a su novela celebrada mundialmente, “La insoportable levedad del ser”, supe que sentía un especial regusto al leer las cifradas experiencias humanas bajo los totalitarismos, máxime cuando estos textos estaban dotados de un refinadísimo humor, tan refinado como cáustico. Podría decirse que, en tanto el totalitarismo comienza su lento ingreso en la vida política y personal, con él se va el humor. Eso es lo que dice Kundera repetidamente en sus novelas, en las escritas bajo el totalitarismo comunista en su natal Bohemia.

Sin embargo, quienes tenemos la posibilidad de ver a Chávez en su “aló presidente” y estamos dotados de una impenitente curiosidad, solemos verlo contar chistes y como repuesta obtiene las batientes carcajadas del auditorio que resuenan en el Teresa Carreño (nueva sede de gobierno). Son buenos sus chistes, por que no reconocerlo, bromea en verdad… y cada chiste precede una amenaza. Y sus manos se agitan en el aire y las risas siguen. Y grita… vocifera enardecido… y el auditorio ríe. Y en el clímax del chiste… corrige la historia, rehabilita tiranuelos decimonónicos, construye una genealogía del bolivarianismo, desafía a Bush, corrige al Papa, señala planes de ‘magnicidio’… (sí, y ese no es un chiste, se refiere a su asesinato como un magnicio). Entre risas, amenazas y desafíos, se construye el socialismo del siglo XXI en directo, por la televisión estatal venezolana. Y eso sí que es un acontecimiento.

Estaba tentado a comparar los chistes de Chávez con el humor de aquellos que crecieron bajo el influjo de totalitarismos y pueden narrar su experiencia fina y crifadamente, pero eso puede hacerlo el lector sin problemas. Mientras tanto, yo me divierto mucho viendo a Chávez, mucho más aún cuando veo a sus contradictores políticos, no por que alguno sea un grotesco humorista mediocre, sino porque quienes defienden la democracia, a occidente, a la civilización y el capitalismo, venden su idea mostrando la importancia de estudiar para progresar, salir adelante y comprar carrito.

Mientras leía “La pequeña pornografía húngara” de Peter Esterházy, su humor y erotismo me mostraron la futilidad y ridiculez de un régimen empeñado en construir un lago artificial para que los cuadros del partido descansen de sus tareas titánicas en la conducción del pueblo húngaro hacia el comunismo, divertimento que en Moscú disfrutaban los miembros más destacados del partido en sus muchos balnearios. El mismo comunismo que, según un viejo chiste, se encontraba en el horizonte, el cual es definido como “línea imaginaria que entre más nos acercamos más se aleja”. Nuestro vecino está construyendo el socialismo del siglo XXI, un socialismo bolivariano, un socialismo mediático. Esa sí que es una oportunidad para los analistas políticos, una oportunidad que los lectores de novela podemos seguir como la trama de una novela, o de una telenovela si prefiere, que según algunos ingenuos no tiene guión.

Juan Felipe Garcés G.
Villa de las Candelas, entre Brisas y Tejelo, Junio de 2007.